España, entre la corrupción y la indiferencia
Se han cumplido 40 años de un cambio de régimen político que parecía que podía acercar a los españoles a una nueva forma de vida, posteriores a otros casi 40 años de tiranía franquista, donde un fascismo asesino, hizo de este país una inaceptable sociedad, que controlaba un golpista genocida, que produjo con su levantamiento – tras haber jurado lealtad a la II República – alrededor de un millón de muertos.
Tras atravesar este país esos 80 años de compleja y trágica convivencia, parecería que los españoles merecíamos una nueva forma de vivir y de disfrutar de un país moderno y lleno de bondades. Parece que la historia de este país así lo podía alcanzar.
Esperanza había en conseguirlo a la muerte del genocida que produjo los primeros 40 años de dictadura y que terminaron en el momento de su muerte.
La denominada Transición – definición que está más llena de esperanza que de realidad – hizo pensar a los españoles que salíamos de un oscuro túnel de complejos, miseria y calamidades sin fin.
Pero sin una base intelectual, moral y política, una sociedad no puede cambiar – sobre todo hacia mejor – si no tiene una mínima experiencia, y los españoles no podían contar con esa necesaria formación.
El ajuste de intereses, egoísmos, ignorancias y el infantilismo de una sociedad que no pudo formarse adecuadamente durante 40 años de Dictadura, dio como resultado un enfrentamiento total entre las ilusiones y la realidad.
Los restos del fascismo franquista solo permitieron que se mantuviese un sistema político, económico y social basado en un liberalismo trasnochado que ha ido evolucionando hacia un dominante neoliberalismo, que apoyado en una globalización del mundo que nos rodea y donde una inmensa mayoría de los países con los que convivimos, nos obligan a vivir dentro de esa burbuja económica y social que solo persigue el beneficio máximo de unos pocos, sin ocuparse del bienestar de la mayoría, que era la esperanza con que se esperaba la Transición, gracias a una manipulada e inmadura Constitución de 1978.
Lo que hoy está ocurriendo en España es una casi total ausencia de escala de valores políticos, sociales y económicos, donde un neoliberalismo feroz ha hecho de la corrupción generalizada la mayor razón de actuar, vivir y trabajar.
Desde una ignorancia de la población hacia la inmensa mayoría de los asuntos que le rodea, buscando solamente la consecución del beneficio sin limitación moral alguna, con el protagonismo de quienes nos gobiernan desde todo tipo de cargos.
Con dos amenazas permanentes que tienen “secuestrada” la vida de los españoles: la Iglesia Católica y la Banca que paralizan con medios inadmisibles, la libertad, la calidad de vida y la existencia de los españoles. Todo ello ha dado como resultado – naturalmente con otros elementos complementarios, pero difíciles de explicar en tan pequeño espacio – que España se mueva sobre dos pilares inquebrantablemente unidos: la corrupción – cómoda forma de vivir a costa de los demás sin base moral alguna – y la indiferencia – que permite llevar a cabo la corrupción aislándose el sujeto que la practica, de todo freno moral -.
Así ha llegado España a una situación límite: con la pobreza de muchos generalizada, la insatisfacción general, una Justicia que mira continuamente para otra parte, políticos que son los brazos ejecutores de la corrupción y la triste y generalizada indiferencia hacia todo y hacia todos.
Y mientras tanto la mayoría de la población haciendo oídos sordos de lo que sufre gran parte del país, lo que supone que el egoísmo se ha instalado en gran parte de los españoles, ignorando a quienes sufren la pobreza, el paro, la injusticia y hasta la miseria.