Patricia A. Llaneza : Texto y Fotos
Ahora que comienza el otoño, me gustaría evocar un recuerdo muy reciente y aún latente de este verano: la experiencia que supuso ver pintar y fotografiar a Antonio López.
Considerado el mejor artista español vivo, el genio de Tomelloso (1936) planta su caballete en plena Puerta del Sol y se queda a solas con el paisaje del kilómetro cero pese a estar rodeado de curiosos.
Mide con certera parsimonia lo que ve para trasladarlo a un lienzo en el que sólo hay verdad. Sus sandalias, su delantal y su gorra del Museo de Fine Arts de Boston para protegerse del sol del agosto madrileño sin sombra alguna, configuran el atuendo del artesano, y es que todo en él es arte y todo natural, telúrico y muy sano.
Está como que no está, etéreo, construyéndonos un regalo invaluable que nos emocionará cada vez que lo miremos y además, algunas personas pensemos al verlo: “yo estuve ahí”. Y es que hay que ser muy generoso para compartir con otras personas la creación de una obra de arte. Es un regalo que le agradeceré siempre al maestro.
Cuando llegué a la Puerta del Sol y lo vi, ahí de pie, midiendo las proporciones con diferentes, sencillas y fieles herramientas, sentí una emoción indescriptible. Estaba viendo historia fraguándose en vivo, historia en movimiento, en cada toque del pincel, del lápiz o del boli Bic. Artesano.
En la era digital, todo a mano, con paciencia, con cariño, con tiempo, con delicadeza. Artesano.
Me quedé embobada viéndole pintar, asistiendo a una liturgia fantástica, sobrecogedora y tan subyugante que tardé en salir del trance para recordar que había ido a hacer fotos, así que me puse a ello disfrutando entre foto y foto, disfrutando en cada captura…. disfrutando. Fantaseando con un mano a mano artístico de ambos. Él y yo plasmando el momento irrepetible al mismo tiempo.
Tuve la ocasión de fotografiarle tanto en exterior como en interior, en la elaboración de dos cuadros diferentes, pero con el nexo común de ser dos lugares emblemáticos de Madrid. Y en ambos casos la abstracción, él y su arte a solas; su trapo con restos de pinceladas históricas en la barra inferior del caballete, su vieja paleta…Verle trabajar es ya un cuadro que contemplar en sí mismo.
De vez en cuando, debe apartar su su cabeza para poder ver bien, ya que hay curiosos que se ponen delante de su línea de visión y también puede oírse algún comentario como: «qué despacito va, yo creo que este cuadro no lo termina hoy…” Hay quien se cree que un cuadro se pinta en un día y aún más estas grandes obras hiperrealistas de López.
Cuando acaba su jornada de pintura, él mismo recoge su lienzo y se va, calle Carretas arriba, con el cuadro en esas manos impresas de huellas de color. A descansar el bastidor, a descansar la mirada del artista, hasta la próxima sesión.
Espero poder estar en la Puerta del Sol el año que viene y seguir viviendo el sueño de ver pintar al gran Antonio López.