Restaurante César
Se cuenta que por los años sesenta del pasado siglo, César Manrique, el visionario artista que reinventó Lanzarote, le dijo al presidente del Cabildo isleño, Pepín Ramírez, que no iban a ser miserables toda la vida en aquel pasillo de fuego y sequedad. Se lo dijo en la cueva que hoy son los Jameos del Agua. “Aquí empezaremos a hacer de esta isla la más bella del mundo”. Y así se inició la grandiosa obra del hombre que prendió su creatividad viendo los esfuerzos de los pobres agricultores, los colores rojos ardientes y negruzcos de la tierra, los vientos, su luz inigualable o la increíble conjunción de todos los elementos naturales. Manrique murió combatiendo el aterrizaje de especuladores y constructores que alicataron las zonas costeras y repoblaron en exceso lo que antes era una isla que sólo se dejaba transformar por la tierra y sus leyes geológicas. Valga esta introducción como presentación de un proyecto también visionario, el del hotel-restaurante César Lanzarote, sitio donde los viajeros con gusto encontrarán los cánones de lo que debería ser el nuevo sibaritismo.
Las cosas no vienen solas. Más que en el azar, uno cree en el talento y en las corazonadas. Inteligencia es decidir apartarse de la batalla de las grandes cadenas hoteleras jugándosela a ofertar a la clientela un lugar apartado, exquisito en todos los sentidos, relativamente pequeño, donde se siente la magia de esos paisajes volcánicos que casi se abrazan con la fuerza del Atlántico. Talento es decidir instalarse en una finca que a no mucho tardar tendrá autoabastecimiento con sus plantaciones y bodega. E inteligente es también elegir para el proyecto gastronómico a un asesor como Juanjo López, el ideólogo y propietario de La Tasquita de Enfrente madrileña, restaurante donde el término producto se plantea y se come a lo grande. Una asesoría previamente fortalecida en los otros dos alojamientos y restaurantes que el grupo que gestiona este modelo de negocio, Numa Signature, tiene en Menorca (Amagatay y Morvedra Nou). La corazonada es que esto va a triunfar. Sobran motivos, desde la preparación envidiable de un equipo humano joven y sentimental hasta la constatación de la acertada puesta en escena llevada a cabo en esta casa lanzaroteña que fuera vivienda de Gumersindo Manrique, el padre de César. Las recepcionistas, la apasionada sumiller, el elegante jefe de sala, las camareras con su comunión de idiomas e irreprochables maneras de atender y servir componen un grupo del que cualquiera se querrá apropiar de inmediato como amistades de las buenas. César es como un cruce de caminos dirigido por el francés Sébastian Jover, donde confluyen las mejores sensaciones de la hostelería y, cómo no, de la cocina, apartado en el que Juanjo cuenta con un escudero de lujo, Alejandro Martín, para convertir en bocados de sublime sencillez sus ideas. Como si de una parada obligada se tratase en los viajes de antaño entre la península y las Américas, en César han decidido avituallar a los viajeros con lo mejor de la despensa actual de la isla pasado por el tamiz del mago de la Tasquita y el jefe de cocina: mojos deslumbrantes y refinados, calamares y pescados de roca de sabor ya casi inencontrable, camarones soldado de huevas azules, escabeches que honran tan antigua elaboración, caldos reconfortantes oficiados con esas verduras prodigiosas que solo se dan en las zonas de volcanes, prensados de cochino autóctono y conejos guisados con parsimonia, papas enanas, mieles excitantes, pimientas palmeras. ¿Y por qué no regresar al futuro? Solo hay que pensar que parte de este menú se elaborará con los productos de la extensa finca que ya acoge viñedos. Olivos, plátanos, piñas y huerto.