
J0SÉ LUIS JIMÉNEZ. Decano de la crítica
La zarzuela La Gran Vía se ha repuesto en el teatro de La Zarzuela, dentro del Proyecto Zarza, encaminado al público joven.
Esta idea surgió hace nueve años de la mano del anterior director del coso madrileño, Daniel Bianco. Lo que en principio fue, y sigue siendo, una muy buena idea, ha ido cambiando radicalmente. Un torero famoso le preguntó a un antiguo integrante de su cuadrilla cómo había llegado a ser alcalde. Éste le respondió: “degenerando, maestro, degenerando”.
Y es lo que le ha pasado al citado proyecto, que ha ido naufragando, especialmente en éste último título, con versión de Enrique Viana. Y ahí reside, principalmente, su razón.
Viana ha pasado, sin razón de continuidad, ni pudor, de La Corte de Faraón a La Gran Vía. Escribía sobre el primer título en un comentario anterior que Sagi y Viana la habían convertido en una opereta arrevistada en la que “las alegres chicas de Colsada” se habían transformado en “los alegres chicos de Sagi”.
Ahora Viana ha pasado de una especie de drag queen en la primera a una especie de “Reina del desfile” en ésta última. Se hace transportar, por cuatro chicos, en una plataforma que es un remedo de una carroza del Orgullo Gay, a la que se hace referencia en el texto actual. Mira de esa forma tan peculiar suya como “de medio lao” con un aire de superioridad y de perdonarte la vida. Por un momento pensé que sonaría la canción de Serrat. “Gloria a Dios en las alturas…”
Sigue con la idea, como en La corte de Faraón, de que papeles femeninos los interpreten chicos, vestidos de mujer, claro. Pero a los que imprime la impronta de amaneramiento.
O al revés, una chica interpreta uno de los famosos “ratas”. Eso no importaría si esta actriz no corriese por todo el escenario como pollo sin cabeza tratando de seguir el ritmo y movimiento de sus compañeros.
Lo que menos se puede pedir a quien interprete el personaje de El caballero de Gracia es una cierta donosura. Ni donosura, ni gracia ni nada. Y podía seguir con otros muchos ejemplos. En muchos casos el vestuario no ayuda lo más mínimo.
En el texto de los cantables se ha pasado a introducir elementos de la actualidad para hacerlos más cercanos a los jóvenes a los que se quiere llegar. Estaría muy bien si todo eso no se diluyese en el maremágnum general.
La Gran Vía dirigida por Adolfo Marsillach, en este teatro, y a cuyo estreno asistí, fue un punto muy importante de inflexión en la modernización del género. Se ha pasado de ese momento importante a este pastiche.
Las familias y allegados aplaudiendo como descosidos, incluso aullando. Excepto para algunos de los intérpretes, que afortunadamente siempre hay excepciones, les levantan falsas esperanzas.